Buenos, aquí tienes mis cosas.

No soy de bueno, pero es un trabajo honesto.



Si tan solo mis palabras fueran dirigidas a una misma persona, valor tendrían, pero murmuro una tira de versos vacíos que no buscan faro ni puerto, simplemente morir en oído ajeno.


Siempre hubo un nunca, un para siempre jamás.
Nunca hablamos del te dejo ni del no volveré nunca jamás.


Siempre hubo un nunca, un para siempre y un jamás.
Nunca hablamos de que fueran acompañados de un más, un te dejo y un no volveré.


Enamorarse la primera vez, ese gran amor, loco, tonto y despreocupado.
Fue bonito a tu lado.
Mas me enamoré de no estar contigo.
Enamorarse la segunda vez, ese amor tonto que vuelve a sabiendas de que morirá.
Duele mas, quezás.


Y de golpe soñé que te enamorabas de mí y dejaba de ser tu juguete.
Y de golpe me caí contra el frío suelo. Que duro. Me recordaba a la gélida roca que tu corazón forma.


No puedo echar de menos a alguien que me ha hecho tanto daño.
Pero aún así, echo de menos esas pequeñas cosas que te rodean.
El café, hacerte el desayuno, dormir en el sofá, llegar tarde a clase por acompañarte a las tuyas.
Y tanto perdido por una fraso de un tercero.
Menos mal que no eras tú la que quien quería, sino yo quien amaba.


Hubiera sido tan bonito que simplemente hubieras desaparecido que tenías que volver y no dejarme olvidarte.
Gracias por semejante tortura.


Me quitas el alma cuando me arrancas tu perfume.
Me desmontas cuando te alejas.
En piezas
me rompes cuando tu voz cesa.
Solo la soledad es droga suficiente para imitar mi dependencia.
Si sólo tú me mataras
del mono me salvaras.
Porque tu piel es lienzo de todas mis lágrimas
que sedienta tez siempre me saca más de lo que puedo ofrecerle.


Ahogar mi seco llanto entre letras hace temblar el pilar que los números sustentan, permitiendo al arte filtrarse a mis venas faltandole a la técnica y dejando vacía la crisálida de duro acero que recubría mi muerto cuerpo.


Querida Soledad:

Me he vuelto un yonki de ti, no puedo pasar un día sin recurrir a ti, sin inyectarte en mis maltratadas y mutiladas venas.
Te necesito cómo necesito escribirte para acallar el sentimiento de culpa cada vez que me acuerdo de ti.


En tu piel busco una razón para pedirte perdón por olvidarme de ti, por centrarme en mi.
Pero solo encuentro un vacío lleno de soledad y apatía, repleto de rencor, odio, y un despreciable ser que duele a la vista, molesta con su insípida presencia.


Aprendo a volar, algún día despegaré y necesitaré de ti para que mis pies sigan tocando el suelo, hasta entonces seguiré intentando volar lejos y alto, y cuando te vea, me dejaré caer desde las nubes, que me acompañan en mi ciego sentir.


Sólo, solo quiero caer
viendo las estrellas
viendo como esos soles me miran decepcionados
por no sobrevivir al eco de sus luces
mientras me estrello contra el suelo.


Como los ríos recorren el accidentado paisaje, mi cuerpo también.
Como el agua de las fuentes, de mi cuerpo también.
Como las cimas de las montañas enfrentadas por un valle, mi piel.
Como las vastas llanuras en el invierno, así queda mi cuerpo.


Cuando tú dices “un mar de incertidumbre”, yo solo oigo el susurro del mar a mediodía, el retumbar de las olas contra las rocas y las gaviotas graznando. {Sigue leyendo...}


Se me acaba el tiempo,
se me acaban las palabras,
para hablarte, para enamorarte, para amarte.
Se me acaban los momentos para escucharte, para adorarte, para anelarte.


El insomnio me apresa,
con mi cordura en presidio presa,
de la locura soy presa.


Triste yo, tristes mis versos.
Así, solos, los versos mueren en mi lápiz al nacer en mi hoja cual verdugo ajusticia quien rey antoja.


Y te odiaba, por lo menos en un sentido cariñoso, dubitativo, y extremadamente suavizado de la palabra; por no hacerme caso la primera vez, por no alejarte un poco, por no querer poner pies en polvorosa antes.
Ahora me odio a mi mismo por haberte amado cuando tu no lo hacías.